En tan solo 48 horas han ardido más hectáreas que en todo el 2009. En las tres provincias valencianas, como si estuviera en juego un perverso equilibrio territorial, centenares de hectáreas de bosques y matorrales de gran valor ecológico y paisajístico han sido pasto de las llamas. El más grave el de la Vall de Gallinera, un enclave de extraordinaria belleza y valor natural, con 546 hectáreas convertidas en cenizas y humos por la furia de las llamas. Desde Torrent, donde ardieron 30 chalets y fueron desalojados centenares de vecinos, a Turís, Bétera, Foios, Mislata y Aldaia en provincia de Valencia; pasando por la Marina donde el fuego se cebó con la Vall de Llaguar, la citada de la Gallinera y la Vall d'Alcalá; finalmente Castellón no se quedó sin incendios, ya que ardieron bosques en Onda, l'Alcora y Borriol.
Miles de hectáreas de bosques y de matorrales devoradas por las llamas, que han cercado viviendas y han hecho peligrar la vida de más de un vecino, algunos a razón de su negativa a abandonar las casas para poderlas salvar del fuego. Un desastre anunciado, alimentado por las temperaturas saharianas cercanas a los 46º, que han alimentado el fuego dándole la gasolina necesaria para prender con rapidez y fuerza destructora. Un desastre anunciado, como no podía ser de otra forma frente a la pasividad en materia de cuidados forestales en las estaciones invernales: la penuria de los medios humanos es un capítulo recurrente, como ponen de manifiesto la brigadas forestales que todos los años protestan por no estar contratados de manera indefinida. Esa penuria impide realizar la tareas necesaria de limpieza selvícola que están en la base de la prevención de las llamas veraniegas. A esto hay que añadir la poca consideración que se da a los bosques, un engorro en la mayoría de los casos, cuando no son un obstáculo para el voraz urbanismo, que no tiene reparos en provocar los fuegos para quitarse el problema que tiene paradas a la máquinas. Esa concepción del bosque, alimentada y retransmitida desde todos los altavoces del Consell, se transforma en el descuido y la falta de recursos que hacen inevitables las tragedias que estamos contemplando en estos días.
Peor sin duda es la situación en el resto de España: en Aragón han ardido más de10.000 hectáreas, en Catalunya el infierno de llamas se ha cobrado la vida de 4 bomberos y 1140 hectáreas en cenizas, en Almería el cerco de llamas quema 3.500 hectáreas y pone en peligro a los habitantes de Mojácar.
Un apocalipsis de fuego, de difícil arreglo si se siguen las mismas pautas que hasta ahora. El bosque es un valor en sí que hay que proteger y alimentar, fuente de vida indispensable. Es fundamental cambiar las políticas de protección y de cuidado, empezando por la educación, si no en pocos años España se habrá transformado en un desierto baldío e inhóspito.
Miles de hectáreas de bosques y de matorrales devoradas por las llamas, que han cercado viviendas y han hecho peligrar la vida de más de un vecino, algunos a razón de su negativa a abandonar las casas para poderlas salvar del fuego. Un desastre anunciado, alimentado por las temperaturas saharianas cercanas a los 46º, que han alimentado el fuego dándole la gasolina necesaria para prender con rapidez y fuerza destructora. Un desastre anunciado, como no podía ser de otra forma frente a la pasividad en materia de cuidados forestales en las estaciones invernales: la penuria de los medios humanos es un capítulo recurrente, como ponen de manifiesto la brigadas forestales que todos los años protestan por no estar contratados de manera indefinida. Esa penuria impide realizar la tareas necesaria de limpieza selvícola que están en la base de la prevención de las llamas veraniegas. A esto hay que añadir la poca consideración que se da a los bosques, un engorro en la mayoría de los casos, cuando no son un obstáculo para el voraz urbanismo, que no tiene reparos en provocar los fuegos para quitarse el problema que tiene paradas a la máquinas. Esa concepción del bosque, alimentada y retransmitida desde todos los altavoces del Consell, se transforma en el descuido y la falta de recursos que hacen inevitables las tragedias que estamos contemplando en estos días.
Peor sin duda es la situación en el resto de España: en Aragón han ardido más de10.000 hectáreas, en Catalunya el infierno de llamas se ha cobrado la vida de 4 bomberos y 1140 hectáreas en cenizas, en Almería el cerco de llamas quema 3.500 hectáreas y pone en peligro a los habitantes de Mojácar.
Un apocalipsis de fuego, de difícil arreglo si se siguen las mismas pautas que hasta ahora. El bosque es un valor en sí que hay que proteger y alimentar, fuente de vida indispensable. Es fundamental cambiar las políticas de protección y de cuidado, empezando por la educación, si no en pocos años España se habrá transformado en un desierto baldío e inhóspito.
1 comentario:
Muy buenas
Hacía tiempo que no me pasaba por este rincón; no se si llevará mucho tiempo, pero no me había fijado en la frase de Le Corbusier, es muy buena.
Saludos!!!
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