El incremento de la frecuencia con la cual se repiten en los ayuntamientos las mociones de censura avaladas por la interesada complicidad de algún tránsfuga (literalmente: cargo público que abandona el grupo con el cual fue elegido para apoyar a otro), demuestra que ese viejo e irresuelto problema está asumiendo peligrosas e indeseables proporciones. El último notorio caso es el de Benidorm, que en estos días ha saltado a las crónicas nacionales, después de un verano de lenta y progresiva maceración, para que el PSOE arrebate la alcaldía al PP. Una revancha que como se sabe tiene mejor gusto si se consume fría: 18 años después de aquel 'marujazo' que permitió a un joven de bellas esperanzas y de futuro luminoso de nombre Eduardo Zaplana aprovecharse de la ayuda poco casual de la tránsfuga del psoe Maruja Sánchez (bien recompensada, porque parece que a cambio recibió un chalet y un cargo en el Ayto de Benidorm) para ganar la alcaldía de la famosa ciudad costera. Cuentan la crónicas que la juerga fue monumental...
A uno y otra lado de la barrera, socialistas y populares se han beneficiados con los años de tránsfugas que le han dado la vuelta a la voluntad de los electores: recuerdan el famoso tamayazo, que provocó la repetición de las elecciones en Madrid y que tuvo como gran beneficiaria a Esperanza Aguirre? Y que decir del gobierno del PP de Denia gracias a un tránsfuga del PSOE, bajo la sombra alargada de intereses urbanísticos?
La rabia aparente con la cual unos y otros se están rasgando las vestiduras, nos sirve para certificar que la podredumbre que corroe a los dos grandes partidos españoles alcanza niveles nunca vistos. Porque ese papel mojado que cuesta muchos esfuerzos, y una dosis mayor de imaginación, llamar Pacto Anti-Transfuguismo se ha revelado una cortina de humo para ingenuos. Un subterfugio inventado por el sistema de partidos (al igual que esa absurda barrera del 5% que protege y favorece los intereses de los partidos mayoritarios), que pretende blindar los gobiernos legítimamente elegidos partiendo de unas premisas falsas. Las de eludir las verdaderas causas del problema: el valor de la representatividad, el sistema de listas cerradas y la democracia interna de los partidos.
Los partidos quieren evitar a toda costa darle la palabra a los ciudadanos, evitan abrir sus puertas a la democracia efectiva. Y lo hacen utilizando un poderoso instrumento, el de las listas cerradas, que les permite controlar -con algunos importantes fallos...- a los candidatos de las listas, que son agraciados a partir de cálculos tribales más que por la efectiva capacidad que pueden ofrecer. Las corrientes internas y las cuotas de poder son las que verdaderamente priman a la hora de repartir puestos en las listas: una inversión muy rentable que asegura durante unos cuantos años un buen sueldo y la posibilidad de dedicarse a otros menesteres, tan sólo interrumpidos por la molestia de acudir a algún pleno para apretar el botón y votar como borregos leyes que ni siquiera han leído. Les Corts Valencianes son la quintesencia de esa dinámica, plagada de diputados de PP y PSOE que calientan la silla y que en 4 años de legislatura no se les recuerda una sola intervención desde la tribuna. Un espectáculo costoso y lamentable.
Ese es el contexto en el cual nos vemos. En realidad se trata de un contexto doble, el de la falta de democracia interna de los partidos y de la presión que de buen grado soportan de parte de intereses externos (grandes corporaciones, empresas constructoras, grupos económicos y religiosos). Y el otro contexto, el social, el de la prensa y de la opinión pública, que debería configurar un contrapoder crítico, capaz de frenar en seco esas formas abusivas que dañan la política y que a la larga son el cáncer de la sociedad. La vacancia permanente de la opinión pública es ya un hecho: incapaz de dejar atrás las actitudes conformistas, para convencerse del poder enorme que tiene de modificar las formas de la política y de los políticos. Una opinión pública débil y desmantelada, deja a la sociedad secuestrada y rehén, incapaz de contrarrestar esos fenómenos de corrupción. La asignatura fundamental en estos momento es regenerar el tejido social, dar un papel más activo y más libre a las estructuras social, para que asuman el rol de control que les he propio.
A uno y otra lado de la barrera, socialistas y populares se han beneficiados con los años de tránsfugas que le han dado la vuelta a la voluntad de los electores: recuerdan el famoso tamayazo, que provocó la repetición de las elecciones en Madrid y que tuvo como gran beneficiaria a Esperanza Aguirre? Y que decir del gobierno del PP de Denia gracias a un tránsfuga del PSOE, bajo la sombra alargada de intereses urbanísticos?
La rabia aparente con la cual unos y otros se están rasgando las vestiduras, nos sirve para certificar que la podredumbre que corroe a los dos grandes partidos españoles alcanza niveles nunca vistos. Porque ese papel mojado que cuesta muchos esfuerzos, y una dosis mayor de imaginación, llamar Pacto Anti-Transfuguismo se ha revelado una cortina de humo para ingenuos. Un subterfugio inventado por el sistema de partidos (al igual que esa absurda barrera del 5% que protege y favorece los intereses de los partidos mayoritarios), que pretende blindar los gobiernos legítimamente elegidos partiendo de unas premisas falsas. Las de eludir las verdaderas causas del problema: el valor de la representatividad, el sistema de listas cerradas y la democracia interna de los partidos.
Los partidos quieren evitar a toda costa darle la palabra a los ciudadanos, evitan abrir sus puertas a la democracia efectiva. Y lo hacen utilizando un poderoso instrumento, el de las listas cerradas, que les permite controlar -con algunos importantes fallos...- a los candidatos de las listas, que son agraciados a partir de cálculos tribales más que por la efectiva capacidad que pueden ofrecer. Las corrientes internas y las cuotas de poder son las que verdaderamente priman a la hora de repartir puestos en las listas: una inversión muy rentable que asegura durante unos cuantos años un buen sueldo y la posibilidad de dedicarse a otros menesteres, tan sólo interrumpidos por la molestia de acudir a algún pleno para apretar el botón y votar como borregos leyes que ni siquiera han leído. Les Corts Valencianes son la quintesencia de esa dinámica, plagada de diputados de PP y PSOE que calientan la silla y que en 4 años de legislatura no se les recuerda una sola intervención desde la tribuna. Un espectáculo costoso y lamentable.
Ese es el contexto en el cual nos vemos. En realidad se trata de un contexto doble, el de la falta de democracia interna de los partidos y de la presión que de buen grado soportan de parte de intereses externos (grandes corporaciones, empresas constructoras, grupos económicos y religiosos). Y el otro contexto, el social, el de la prensa y de la opinión pública, que debería configurar un contrapoder crítico, capaz de frenar en seco esas formas abusivas que dañan la política y que a la larga son el cáncer de la sociedad. La vacancia permanente de la opinión pública es ya un hecho: incapaz de dejar atrás las actitudes conformistas, para convencerse del poder enorme que tiene de modificar las formas de la política y de los políticos. Una opinión pública débil y desmantelada, deja a la sociedad secuestrada y rehén, incapaz de contrarrestar esos fenómenos de corrupción. La asignatura fundamental en estos momento es regenerar el tejido social, dar un papel más activo y más libre a las estructuras social, para que asuman el rol de control que les he propio.
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