"Si al recibir el premio Nobel me pidieran
que renunciara a mis ideales, sin duda renunciaría al Nobel"
que renunciara a mis ideales, sin duda renunciaría al Nobel"
Una pésima noticia, quizás esperada por la edad y la precaria salud, pero no menos dolorosa y triste. La muerte de José Saramago nos sume en una desolación mixta a un sentimiento de profundo agradecimiento por su extensa y magnífica obra literaria, y por su vida entregada a las causas más nobles. Nos ha dejado una gran persona y un gran intelectual: José Saramago es uno de los mejores ejemplos de persona cuya dulzura, sencillez y bonomía (alabada por todos!) se conjuga con una fé inquebrantable en el progreso humano, en la justicia social y en la lucha por un mundo más justo.
Ha sido uno de los más grandes escritores del siglo XX, con obras tan fundamentales como La balsa de piedra, Memorial del Convento, Ensayo sobre la Ceguera. Seguía siendo prolífico y activo no obstante la grave enfermedad que lo aquejaba, escribiendo un cuaderno de bitácora, El Cuaderno de Saramago, con sus personalísimas reflexiones; o publicando gran literatura, su última obra Caín, que se vió inmersa en la polémica alimentada por la iglesia católica, que no desaprovechó la ocasión de intentar desacreditar a un pensador que no escondía su escasa o nula simpatía por el Vaticano y la decadente jerarquía católica. Su respuesta no se hizo esperar, "Son como perritos de Pavlov, reaccionan inmediatamente al estímulo", afirmó con su habitual ironía.
Nos hemos quedado huérfanos, a ciegas sin una estrella polar que nos guíaba en la larga noche del mundo. Nos queda un brillante manual de vida, un ejemplo para todos. Muchas gracias, José, un sentido gracias del profundo de nuestro corazón herido.
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