Barberá en estado puro (viñeta de Ferreres)
¿A cuántas personas tiene que dañar Rita Barberá antes de considerar dimitir? Y cuando digo dañar, me refiero a hacer un daño concreto, emocional o físico, porque si no, la suma se situaría por encima del millón de valencianos que viven, vivieron, y nacieron en una ciudad que padece el lastre de más de dos décadas de política anticiudadana. No, no me refiero a todos nosotros, sino en particular a los que han sufrido el desgarro directo de algunas de sus decisiones que, a la postre, han resultado tan injustas como a priori muchos denunciamos.
Estos pensamiento se agolpan en mi cabeza mientras escucho a Barberá afirmar que la sentencia del Tribunal Supremo, que tumba definitivamente por ilegal su plan de descuartizar el Cabanyal (para plantar sobre él una avenida junto a la cual especular), “no tiene la mayor trascendencia”. Y se me encoge el estómago mientras pienso en la trascendencia de “su plan”: lo que habría supuesto para centenares de familias, obligadas a dejar atrás las casas construidas por sus padres, en las que nacieron, crecieron, se amaron, lucharon y trabajaron durante tantos años, antes de que Barberá les forzará a abandonarlas a golpe de marginación y degradación de su entorno; en lo que habrán sufrido y todavía sufren los que se quedaron. ¿Y todo para qué? Para que finalmente ni las constructoras, aún agonizantes tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, quieran especular allí. Para que la última instancia de la Justicia le diga que no, que lo que durante tantos años fue ejecutando sin atender a nadie y con todo el daño que ha comportado a miles de personas, es ilegal e inaplicable.
Cualquier administrador responsable con un mínimo de dignidad, ante semejante varapalo a una de sus decisiones, a una que ha supuesto un quebranto tan grande a tantas personas, abandonaría inmediatamente su cargo. Pero Rita Barberá no, ella no es de esas y no le importa seguir esbozando un retrato grotesco de sí misma. Observarlo, verla permanecer ahí, inmutable al daño infligido, duele en el alma, pero quizás, a estas alturas, sea lo mejor para que su nombre entre con propiedad en la historia. Una dimisión le habría otorgado cierta dignidad, un aire democrático del que siempre ha carecido: al mismo tiempo, nos habría privado a los valencianos de enmendar con una última línea brillante, nuestro papel en esa carrera. Pero esa línea la escribiremos, y compensará los errores pasados. Pondremos fin a su historia como toca, escribiendo que finalmente, entre todos y de manera masiva, hemos sido capaces de echarla.
PD: Lo he dicho muchas veces, pero no quiero dejar pasar esta ocasión para felicitar a Salvem El Cabanyal, la Asociación de Vecinos del Cabanyal-Canyamelar y al resto de vecinas y vecinos del barrio que han librado esta dura batalla contra la barbarie de la alcaldesa. Su lucha es un ejemplo para todas, un símbolo de cómo la ciudadanía, cuando se levanta y planta cara, puede derrotar a los que pretenden pasar por encima de sus derechos, su razón y su historia. Gracias, compañeras.
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